Encontré a Marta, una atadeira, sentada al borde del muelle de Moaña con metros y metros de redes de colores a sus pies. Me sorprendió ver a una mujer joven haciendo uno de esos trabajos invisibles pero que son imprescindibles para que siga funcionando la industria pesquera: arreglar redes.
Marta tiene 31 años y una sonrisa que le desborda la cara. Desprende alegría y entusiasmo mientras arregla los aparejos del barco de su padre, el patrón, y nos explica los diferentes puntos que usa para arreglar las redes.
Desde hace 6 años ella es la responsable de mantener a punto las redes del barco de su padre. Y no es una labor fácil. Dos años tardó en aprender la técnica y en empezar a trabajar sola. Le enseñaron las atadeiras de Cangas, mujeres experimentadas con muchas puntadas en sus manos.
La oficina de Marta tiene muy buenas vistas. Pasa ocho horas cada día, sentada en un cajón acolchado por un mullido cojín al amparo de una sombrilla, reparando sus redes y disfrutando de las vistas de la ría, del trasiego de los barcos de pescadores y de pasajeros que cruzan hasta Vigo.
Cuando le pregunto por sus lugares favoritos de la Península de Morrazo, confiesa ser “mucho de playa y de mar” y “tener una playita escondida, que no conoce mucha gente más que los de alrededor y que está cerca del arenal de Rodeira, en Cangas, desde la que se puede acceder a paseos pegados a la costa que “son una maravilla”. También nos invita a visitar su pueblo, Cangas, en el que “tienen mucha fuerza las rederas” y las podemos ver trabajando, y explorar el Cabo Home, donde podemos hacer una parada en un restaurante de camino para comer carne o pescado “muy bueno«. Seguir hasta el Monte do Facho, en Donón, y subir a ver su castro. No nos podemos ir sin ver el cruceiro de Hío, uno de los más importantes de Galicia, y pasar por los pueblos de Vilariño y Aldán, que miran a una coqueta bahía.
Marta nos despide con su dulzura y amabilidad y la dejamos zurciendo las redes con una sonrisa en los labios.