Todos los senderos de nuestra existencia nos sorprenden de una manera u otra, pero no todos nos marcan el destino… El camino de los gracioseros marcó el mío.
El camino de los gracioseros
Este lugar situado en el norte de Lanzarote, que en su día fue un paso de mera subsistencia para las mujeres de La Graciosa, hoy es un lugar de ocio y disfrute.
La carretera que nos lleva al camino es además memorable. Dejaremos a nuestro paso pueblos como Los Valles, Haría o Máguez. El desvío hacia nuestro destino lo encontramos a mitad de camino entre Máguez y Yé.
El itinerario comienza desde un mirador con un aparcamiento empedrado, situado en Las Rositas, totalmente mimetizado con el medio pero suficientemente visible. El sendero tiene aproximadamente 4,5 km, con un desnivel importante por lo que se recomienda estar en buen estado físico y disponer de un calzado adecuado que evite resbalarse. Se encuentra ubicado en el Risco de Famara, el imponente acantilado que deja sin palabras. Al sendero lo rodean unas vistas inigualables, en especial de La Graciosa, de la que es fácil enamorarse nada más asomarte. El mirador es único, hipnótico y tiene esa capacidad de detener el tiempo.
La sabiduría de los ancestros hizo de ese lugar punto de partida para ascenso y descenso, aprovechando la colada de lava que derramó por esas laderas el venerable Volcán de la Corona y donde únicamente garantizaba la solidez para el paso.
La Graciosa y El Río
La Graciosa surgió de uno de los primeros episodios volcánicos hace unos cientos de miles de años, en lo que denominan el Cuaternario. La isla sirvió desde siempre como lugar de fondeo, por ese abrigo al Atlántico que la convierte en un refugio ideal para los navegantes de la época y de la actualidad.
La base principal siempre fue Caleta de Sebo, primer lugar de fondeo para las tropas antes de desembarcar en Lanzarote en el año 1402. Años más tarde se le dió nombre al segundo poblado del que presume la isla, Pedro Barba. Recibe su nombre del noble enviado por la corona de Castilla en 1418 para que trasfiriese la isla al Conde de Niebla.
Tanto el Río, ese estrecho de mar de unos 1200 metros que separa una isla de la otra, como la Graciosa en sí, han servido desde antaño para arranchar los barcos antes de partir. En el Risco se hallan manantiales, entre los que destaca la fuente de Gusa cuyas aguas, según cuenta el escritor inglés Glas, eran conocidas como medicinales para curar en particular la sarna. Además de agua en El Risco, en La Graciosa tenían pescado, pardelas, cabras y ovejas.
La Graciosa fue poblada definitivamente por pescadores y algunas familias de Haría hacia 1884. Hoy unos 600 habitantes viven en la isla, tanto de la pesca como de la actividad turística.
Salinas del Río y otros tesoros del Archipiélago Chinijo
Las Salinas del Río son las más antiguas de toda Canarias, remontándose a 1520. Ubicadas en un saladar extenso que anegaban habitualmente las mareas vivas. Hace unos veinte años que están en desuso pero llegaron a alcanzar más de mil toneladas de producción. Llaman la atención por su cromatismo especialmente encendido en el transcurso de sus atardeceres.
Todo el paisaje del que se goza durante esta travesía está dentro de un Parque Natural del Archipiélago Chinijo que comprende Los Islotes, El Risco de Famara y las llanuras del jable. Esta declaración, en 1986, le fue dada tanto por su geología como por su flora y fauna. A lo largo del sendero nos podemos encontrar con algún endemismo como el maravilloso Echium lanzarottense.
A lo largo del sendero puede sorprendernos con su vuelo algún guirre o algún halcón posado en una roca inmóvil con el que es fácil empatizar por la manera en que disfruta de las vistas. Estamos en un lugar que es además zona ZEPA, para la protección de sus aves.
Especial mención merece su reserva marina, la mayor de Europa, un paraíso para la fauna subacuática. Si el tiempo lo permite es recomendable meter en nuestras mochilas unas gafas de buceo y disfrutar de ese acuario maravilloso que denominamos El Atlántico. Con un poco de suerte divisaremos bandos de agujas, medregales, viejas, sargos, pejeperros meros… En época de migración se avistan con frecuencia cetáceos y es frecuente poder disfrutar de algún tiburón martillo.
Las mujeres del camino
Son innumerables las ocasiones en que he bajado esta vereda en busca de diferentes cosas pero lo que más me empuja a repetirla es la búsqueda de la fuerza de todas aquellas mujeres que lo frecuentaban en busca de intercambio de alimentos.
Esa playa y esa vereda eran el nexo de comunicación entre la población de la Graciosa y el pueblo de Haría. Era en este pueblo del norte de Lanzarote donde podían obtener los productos de los que carecían e ir al médico. La economía era de subsistencia, las mujeres gracioseras intercambiaban pescado y sal, que cargaban en pesadas cestas sobre sus cabezas, por otros productos. Se dicen que eran mujeres orgullosas y que cuando no conseguían un buen acuerdo sobre su pescado preferían traerlo de vuelta para no devaluar su precio. Cuando regresaban de Haría y llegaban cansadas a la playa, después de bajar la vereda, encendían una hoguera para avisar a sus maridos que estaban listas para que las recogieran en la playa, que se conocía como el embarcadero. Cada pescador desde el otro lado de El Río sabía reconocer la hoguera de su mujer e iba a por ella en su barca.
Cambian los caminos, cambian los caminantes
El camino dejó de ser el puente de unión entre La Graciosa y Lanzarote cuando en 1950 aparecieron los primeros transportes marítimos. Antes de mi primera bajada leí, no recuerdo dónde, que los gracioseros lo realizaban incluso con sus difuntos a cuestas para enterrarlos en Lanzarote, se me quedó grabado y desde entonces suelo comentarlo en la subida para ver el asombro de algún quejicoso.
Hoy en día lo recorren turistas, atletas, cazadores y pescadores pero en mí más íntimo recuerdo puedo sentir la fuerza de aquellas mujeres gracioseras que lo frecuentaban, cargadas hasta las cejas para sacar adelante a sus familias, y no dejo de preguntarme en qué momento nos olvidamos del espíritu de sacrificio.
Un camino que cambió una vida, la mía
Todavía tengo presente el sublime aroma a hinojo y mi asombro cuando divisé lo que para mí fue el Cielo desde ese mirador. Recuerdo perfectamente mis pensamientos, ni el mejor pintor hubiese igualado tanto ese lienzo geológico de perfección y belleza.
Cuando llegas hasta abajo y te acercas a la playa es fácil deslumbrarte por esas aguas turquesas, la arena blanca y ese contraste de callaos, sinónimo de la erosión y del tiempo.
Esa arena blanca impoluta marca la excursión en cada uno de nosotros y creo que una de las mayores razones de que lo haga es la ausencia de huellas humanas, dejando como protagonista solo a la naturaleza, sin nuestra ególatra presencia. Sin duda alguna, la fabulosa playa desierta y salvaje es un galardón, un premio reservado únicamente a los que se atreven a bajar esta vereda con historia, para llegar a esta playa donde uno puede todavía estar tranquilo incluso en pleno agosto.
Tuvo lugar en esta playa formidable un momento de clarividencia en el que sentí, con una fuerza extraordinaria, que estaba en el momento y el lugar preciso y decidí, en lo que fueron unas vacaciones de cinco días, que rompería con todos mis planes y permanecería en Lanzarote. Por todo ello y alguna historia más, es uno de los lugares más especiales de mi vida, donde sigo percibiendo esa fuerza que me lleva una y otra vez.
Ana Sanz es guía oficial de turismo y ejerce como tal hace 13 años. Amante de Lanzarote y del surf, está especializada en vinos y sigue formándose y aprendiendo en este mundo tan apasionante
¿Te apetece recorrer este sendero con historia?