Puede que sea difícil de entender cómo una isla tan pequeña signifique tanto para alguien. Incluso a veces, yo misma, me lo pregunto. Pero las razones son tantas que me doy cuenta de que lo importante de un lugar es lo que te transmite y te hace sentir. Y lo que siento cada vez que voy a La Graciosa es que estoy en el sitio en el que quiero estar, donde respiro paz, tranquilidad y felicidad. Donde me encuentro conmigo misma.
Es curioso, porque se ve que es algo de familia, que La Graciosa la llevamos en nuestro ADN desde hace muchos años. Desde que mis abuelos maternos, de origen madrileño aunque residentes en Tenerife, conocieron la isla en los años 60 del siglo pasado, y literalmente, se enamoraron de ella. Eso hizo que tanto mi madre como mis tíos empezaran a ir de pequeños con ellos. En esa época se alojaban en la única pensión que existía, Pensión de Jorge Toledo, alcalde y responsable de Correos y Telégrafos de la isla, cuando ni siquiera había agua potable. Y ese “enamoramiento” también afloró en ellos.
Yo, desde los 18 años, cuando me fui a hacer la carrera de Publicidad y Relaciones Públicas a la Universidad Antonio Nebrija, viví en Madrid. Después de terminar la licenciatura, encontré trabajo en una distribuidora de cine internacional. En todos esos años no veía el momento de que llegara el verano, fin de año o algún puente largo para irme a La Graciosa a desconectar, ya que sabía que iba a volver con las pilas cargadas, que era mi chute de energía.
Recuerdos
Empecé a ir a la isla desde muy pequeña con mis padres. Al principio nos quedábamos en casa de Concha y Luis Toledo, dos gracioseros amigos de la familia que, además, tenían, y aún tienen, una parranda muy popular allí. Su casa está en la misma plaza del pueblo principal, la considerada como la capital de la isla, Caleta del Sebo. Todavía recuerdo quedarme dormida por fuera de la acera escuchando los timples de la parranda.
En aquella época, cuando los barcos de línea no operaban con la misma frecuencia de ahora, solíamos llegar en taxi, cargados hasta los topes con bártulos y comida, al muelle de Órzola, en Lanzarote (desde donde parten los barcos con pasajeros para La Graciosa). Allí, casi siempre nos estaba esperando Gregorio, un pescador que nos llevaba en su barquito Vamos con Dios, con la bandera del C. D. Tenerife, del que era muy forofo, hasta La Graciosa.
¿Qué decir de cómo eran las vacaciones allí? Fue donde aprendí a nadar, a margullar (bucear como bien dicen los gracioseros), a tirarme del muelle pequeño como una chinija más gritando “¡rebullicio!” (expresión coloquial para que siempre hubiera espuma en el mar), a caminar descalza por las piedras, a calamarear, a cangrejear bajo la luna llena, a coger burgados… A levantarme temprano para intentar hacer pan en la panadería Quela. A ver en el cine de verano la película Tormenta blanca en el antiguo campo de lucha canaria, fuente de inspiración que nos motivó, a mi primo Fer y a mí, para escribir un diario y enterrarlo dentro de un táper en el cráter de la Montaña del Mojón.
Recorríamos toda la isla en bici con mis primos y amigos. Era una excursión obligada todos los veranos. En una de ellas recuerdo haber derrapado y “aterrizado” sobre el picón de Pedro Barba y volver hasta el pueblo llorando para que me curaran las heridas. También fue la época de las primeras acampadas en la playa, de la construcción de la casa de mis padres, junto a la playa del pueblo (guardo grabada la imagen de mi padre subido al camión de la obra, lleno de bloques). Lo recuerdo todo como si hubiéramos sido los protagonistas de la serie de televisión Verano azul.
Planificando una escapada a La Graciosa
Yo recomiendo, para conocer bien y experimentar la esencia de la isla, una escapada a La Graciosa de al menos tres días. Cualquier época del año para hacerlo es perfecta. Para llegar a la isla lo mejor es contratar transporte con Paz Bus desde el aeropuerto de Lanzarote hasta Órzola, ya que es mucho más económico que un taxi. También existe un servicio de guaguas de línea regular que parte desde Arrecife, solo que tarda un poco más porque pasa por todos los pueblos de Lanzarote que hay en el camino —además de que los horarios no son muy buenos, y las frecuencias, escasas—.
Una vez en Órzola, tienes la posibilidad de trasladarte hasta La Graciosa en Líneas Romero o en Biosphera Express, en un trayecto que se hace en menos de media hora. El transporte en el barco aconsejo hacerlo en la parte superior porque desde ahí puedes ya empezar a apreciar el espectacular paisaje. Lo primero que te llama la atención es el Roque de Los Fariones. Una vez que lo sobrepasas, te adentras en lo que llaman El río que separa Lanzarote de La Graciosa, y ves de lejos las casitas del pueblo de Pedro Barba con la Montaña de las Agujas de fondo.
Cuando llegas al muelle de la isla sabes que ya ha llegado el momento de quitarte el reloj, de ponerte unas cholas y pantalón corto. La isla está cubierta de arena. Lo único que está asfaltado es la placita, la zona delante de la panadería y la explanada del muelle, lo que viene a ser el paseo marítimo.
Qué hacer en La Graciosa
Después de instalarte en el alojamiento que hayas elegido, para lo que dispones de un montón de alternativas de apartamentos, la opción más acertada si quieres recorrer la isla es la de alquilarte una bici. Otra posibilidad es la de contratar los servicios de los jeep, con los que te llevan a los puntos de interés de la isla.
Entre las visitas que no deben faltar en tu recorrido está la Playa de las Conchas, en el oeste de la isla, en la que hay que tener cuidado con las corrientes y el oleaje, casi siempre fuerte. Otra parada es la de Playa Lambra, hacia el norte, desde donde además tienes a pocos minutos a pie El Búho, una solitaria roca en medio del mar con forma de esa ave, y Los Arcos, un espectacular paisaje con el mar golpeando entre las caprichosas formas de las rocas moldeadas por la lava.
A tu regreso al pueblo tienes muchas opciones donde comer rico. Desde pedirte un buen caldo de pescado con escaldón de gofio o una morenita frita en el restaurante El Marinero, a unos exquisitos calamares en el bar de Chano. Lo mismo que cualquier plato —todos exquisitos— en los restaurantes de Doña Enriqueta, Girasol o El Veril, que en la misma Playa de Caleta del Sebo es también un lugar perfecto para tomar algo a media tarde disfrutando de las vistas del muelle y de la Montaña del Risco de Lanzarote.
También cuentas con dos supermercados en los que hacer una compra. En la panadería te hacen bocadillos para llevarte en las excursiones, y unas napolitanas que saben a gloria.
Puedes reservar otro día para ir a las playas de La Lajita y La Francesa, al suroeste, ideal para ir con niños porque el mar está casi siempre muy tranquilo. Desde allí, a unos 10 minutos a pie, tienes Montaña Amarilla, y a sus pies, Playa Cocina, una calita preciosa con paredes multicolores donde es especialmente llamativa la intensidad del que da nombre a la montaña.
La tercera jornada la puedes dedicar a visitar Pedro Barba, el otro núcleo poblado de la isla. La playita es muy coqueta, y tirarse al mar desde el pequeño muelle, una gozada. Es un rincón perfecto también para hacer snorkel. A unos 15 minutos a pie se encuentra Barranco de los Conejos, una de las calitas más pequeñas pero a la vez más hermosas de toda La Graciosa, con su arena amarilla entre rocas negras volcánicas.
El “hasta luego”
Tarde o temprano, llega el momento de marcharse. Si me tengo que quedar con una imagen de La Graciosa es la de cuando vas hacia la Playa de las Conchas y ves Montaña Clara y Alegranza al fondo y parece que estás solo. Es un paisaje muy volcánico que nunca te cansas de ver, la luz, la tierra… cada día es diferente.
Con esa “fotografía” en la retina te marchas en el barco y echas la última mirada al pueblo. Y sabes perfectamente que volverás.
Sara Bethencourt (Las Palmas de Gran Canaria) es una persona inquieta y viajera. Profesional del Marketing, después de una larga etapa en Madrid trabajando para una distribuidora de cine internacional, regresó hace cuatro años a Tenerife.
Su pasión es conocer lugares, probar comidas diferentes, vivir experiencias que la enriquezcan, aprovechar hasta el último minuto de cada día.
Si se tiene que quedar con un sitio de los muchos que ha visitado (ha estado en media Europa y en muchos países de América del Norte y del Sur), hay uno que le ocupa el corazón y que está muy cerquita: La Graciosa. El rincón de las islas al que, pase lo que pase, siempre vuelve.
¿Te gustaría escaparte a La Graciosa? Te hemos preparado una oferta irresistible para que cargues las pilas.
Carmen Carlota Bustamante López says:
Quiero conocer la isla la graciosa
CanariasViaja.com says:
Es una isla preciosa, perfecta para bajar el ritmo y desconectar de todo.
Angela Florido Méndez says:
Totalmente de acuerdo con todo lo que aquí se narra. Es mi paraíso, donde volvería una y mil veces. En este momento estoy en el barco que ha salido de Lanzarote destino a Gran Canaria. Uno de los días de mis vacaciones en la isla fue para visitar a mi isla graciocera, aunque fuera por unas horas, daba igual. Es de obligada visita. Es una isla mágica.
Luis Roque Toledo Hernández says:
Está todo muy bonito en esa escapada a La Graciosa, empiezan con el nombre de la capital de la isla; CALETA DEL SEBO, perfecto pues ese es su nombre. Ahora bien empiezan ustedes con la primera foto de la plaza del pueblo y ya a partir de ese momento la cambian el nombre del pueblo por el de Caleta de Sebo, no lo entiendo o es que le cambiaron el nombre a lo largo de la escapada. Me gustaría que corrigieran ese error. Muchas gracias.
Un saludo Luis R. Toledo
CanariasViaja.com says:
Muchas gracias por tu aportación, Luis! Lo corregiremos.