Buscar un motivo para viajar o viajar sin motivo alguno, un dilema que no siempre es fácil descifrar. Hay gente que viaja sin rumbo y sin motivo, están abiertos a lo que va sucediendo y va donde el viento los lleve, yo sin embargo siempre prefiero tener un motivo para viajar, una ruta clara y un rumbo fijado. Uno de los motivos por los que he viajado por las islas ha sido para conocer los últimos jardines de sal, descubrir las salinas de Canarias.
Cuando las olas golpean la costa con fuerza, el agua del mar queda atrapada en los charcos de la orilla. Los charcos más alejados del agua se van secando con el paso del tiempo y el calor de los rayos del sol, quedando una costra yodada de color blanco en su fondo.
Las mujeres de las islas con mucha paciencia se encargaban de recolectar estos cristales salados. Un preciado elemento que marcó la vida de nuestros antepasados. La sal fue usada para conservar la carne, el pescado y otros alimentos, su extracción supuso una fuente de ingresos importante para muchas familias. Pronto los pequeños charcos de la costa fueron sustituidos por grandes extensiones de calentadores, pozas y charcas construidos con piedra, arena y cal. El agua del mar era llevada hasta ellos mediante molinos de viento y más tarde por motobombas.
De explotación salinera a lugar de interés natural
Lo que inicialmente surgió como una explotación salinera con el paso del tiempo se ha convertido en un hábitat de especial importancia para muchas plantas y animales que sobreviven en estos ambientes salinos. Algunas salinas han sido declaradas espacio natural protegido por su indudable valor tanto ambiental como cultural y etnográfico.
La variedad de niveles de agua y de salinidad crean las condiciones adecuadas para que habiten diferentes especies de algas microscópicas y plantas amantes de la sal como el salado, la salicornia, la barrilla, la lechuga de mar y el tomillo marino, entre otras. Alevines de peces o especies de pequeño tamaño, e invertebrados como camarones, pulgas de agua, patinadores y artemias, algunos de ellos en cantidades muy abundantes, son un recurso aprovechado por las aves como alimento.
Además de alimento en la orilla de las pozas y calentadores muchas aves encuentran la tranquilidad necesaria para descansar, refugiarse e incluso criar. En las salinas del Janubio en Lanzarote se ha establecido una colonia de cigüeñuelas comunes, en el resto de salinas sobreviven algunas de las últimas parejas reproductoras en Canarias de chorlitejo patinegro, tarros canelos, lavanderas cascadeñas y fochas comunes Durante los periodos migratorios es frecuente observar grupos de correlimos, andarríos, archibebes, charranes, zampullines, gaviotas, garcetas e incluso espátulas europeas y flamencos, que llegan hasta aquí procedentes de latitudes más norteñas.
Cipriano Marín y Alberto Luengo publicaron en los años noventa del pasado siglo el libro “El Jardín de la Sal”, una obra que recoge buena parte de la información conocida sobre estas explotaciones, un homenaje a la gente que ha trabajado en este lugar y un llamamiento para su conservación. El propio Cesar Manríque, destacó varias veces durante su vida el valor paisajístico, ambiental y ecológico de las salinas, mostrándolos como excelentes ejemplos de desarrollo sostenible. Casi 20 años después de su muerte estos lugares continúan siendo un claro ejemplo de armonía entre hombre y naturaleza aun desconocido para muchas personas.
Los últimos jardines de sal
En la actualidad la actividad salinera lamentablemente ha ido desapareciendo de buena parte de las costas de nuestras islas, algunas salinas como las del Guincho y Punta Blanca en el sur de Tenerife yacen bajo urbanizaciones turísticas, otras simplemente han sido abandonadas. Pero aun sobreviven algunas en Lanzarote, Fuerteventura, Gran Canaria y La Palma.
En Lanzarote sobreviven las salinas de Los Cocoteros y de El Janubio, lugares donde aun se mantienen en pie algunos viejos molinos de viento, usados para bombear el agua hasta los calentadores. Los más aventureros pueden descender a pie el rico de Famara para descubrir las que probablemente fueron las primeras salinas de las islas, hoy abandonadas, las salinas del Río, con las impresionantes vistas del archipiélago Chinijo.
En Fuerteventura encontramos el Museo de La Sal y las salinas del Carmen visitables a lo largo de todo el año. Un lugar ideal para visitar en familia, muy cerca de El Castillo y Caleta de Fuste.
La costa este de Gran Canaria acogió un importante número de salinas que garantizaban la conservación de las capturas de la flota pesquera. Hoy en día tan solo sobreviven las de Tenefé, Vargas (Salinas de Bocacangrejo y La Florida) y Arinaga, estas últimas restauradas hace unos pocos años
Las últimas de la provincia occidental se localizan en la isla de La Palma, las salinas de Fuencaliente, junto al faro del mismo nombre, lugar de obligada visita para viajeros. Junto a los calentadores de Fuencaliente se encuentran uno de los mejores restaurantes de la isla, donde poder degustar de la cocina tradicional y de fusión, y además poder comprar algunos de los selectos productos de sal del Atlántico.
Junto a estas explotaciones salineras sobreviven algunas pequeñas salinas comunales tradicionales como las de La Caleta de Interian en Los Silos, Tenerife y la costa de Arucas en Gran Canaria. Una actividad de menor escala, pero con una arraigada tradición. Muy interesantes para viajeros curiosos.
Las salinas son refugios para la vida silvestre, ejemplos de sostenibilidad y lugar de disfrute para viajeros curiosos, amantes de la fotografía, la cultura tradicional o simplemente enamorados del mar. Afortunadamente las salinas siguen siendo auténticos jardines donde florece la sal.
Juan José Ramos es ante todo un viajero incansable, naturalista, especialista en ecoturismo y conservación de la biodiversidad. Fotógrafo de naturaleza y viajes, recorre el mundo en busca de las especies más raras de flora y fauna y visitando espacios naturales únicos.