Desde mi ventana cada mañana la avisto, con el mar azul intenso que nos separa de por medio. Gran Canaria, tan lejos y tan cerca.
Unos días se presenta nítida y cristalina, invitándome a contar sus barrancos y a imaginar qué se esconde tras cada uno de sus pliegues. Otros, se muestra esquiva y misteriosa, envuelta en brumas. Aparece y desaparece caprichosamente, como la mítica San Borondón.
Desde la lejanía, Gran Canaria me hace señales para que vaya a descubrirla, a adentrarme en sus entrañas. Sucumbo ante su insistencia. Quiero descubrir a esa bella desconocida, más allá de su capital y de algunos lugares comunes.
Decido emprender un viaje en solitario para recorrerla de sur a norte, atravesando sus entrañas. Un road trip que me llevará desde las Dunas de Maspalomas hasta el Valle de Agaete, cumbre a través, en busca de su esencia.
¿Me acompañas?
Un pedacito del Sáhara en medio de Canarias
¿Cómo ha llegado hasta aquí este pedazo de desierto? Me pregunto mientras contemplo la Reserva Natural Especial de las Dunas de Maspalomas desde su mirador, al que se accede atravesando la entrada de los hoteles Riu. Me encuentro en Maspalomas, una de los principales enclaves turísticos de Canarias, en el municipio de San Bartolomé de Tirajana, el más extenso de Gran Canaria.
Un arrugado manto de fina arena dorada se extiende ante mí, formando campos de dunas que crean un paisaje de belleza efímera modelado por los vientos alisios.
La imagen de las dunas doradas con el azul del Atlántico al fondo parece un cuadro.
Desde el mirador parten senderos balizados que nos adentran en su belleza protegiendo su frágil biodiversidad. Hacia la derecha, el barranco y la charca de Maspalomas -el humedal más importante de Gran Canaria – y su faro.
Hacia la izquierda, una invitación a adentrarse en el desierto.
El paisaje de las dunas va cambiando según nos aproximamos a la costa, dejando atrás la vegetación que crece en las dunas estáticas, para adentrarnos en un paisaje de dunas móviles donde encontramos arena y algunos balancones, tarajales y juncias.
La reserva se asienta sobre un terreno de terrazas aluviales bajo las que se encuentran aguas subterráneas a poca profundidad que favorecen la existencia de unas cincuenta especies vegetales adaptadas crecer en la arena y a la alta salinidad del entorno. Entre ellas están el salado verde, una especie endémica de la isla, el junco y junquillo, el matamoros o la uvilla de mar.
La charca de Maspalomas, a los pies del barranco de Fataga, se encuentra dentro de la zona de exclusión de la Reserva, por tratarse de un biotipo único en el que conviven dunas, charcas y palmerales. Allí anidan cuatro especies de aves acuáticas: chorlitejo patinegro, chorlitejo chico, gallineta común y focha común. Podemos contemplarla desde la orilla de la playa o desde el paseo de la Charca de Maspalomas, entre la Playa y Costa Meloneras.
La reserva está situada entre dos enclaves turísticos muy importantes, Maspalomas y Playa del Inglés. La presión turística, la erosión y la desaparición de balancones ponen en riesgo su conservación, por eso se está llevando a cabo el programa MasDunas, que busca encontrar las fórmulas adecuadas para frenar su degradación y para que las futuras generaciones puedan seguir disfrutando de las dunas móviles y la biodiversidad del entorno. ¿Seremos capaces de protegerlo?
En busca de nuestros orígenes
Una de las cosas que más me llama la atención de Gran Canaria, y que me ha animado a seguir sus cantos de sirena y explorarla, es la cantidad de yacimientos arqueológicos que se pueden visitar en la isla, como el Cenobio de Valerón, el Maipés de Agaete, o la necrópolis de Arteara, que podré conocer en este viaje.
El mundo aborigen es aún muy desconocido, incluso para nosotros los canarios, por eso venzo la tentación de atravesar las dunas y bañarme en el mar, y decido montarme en el coche, encarando la avenida de Tirajana, rumbo a mi próximo destino, donde espero aprender algo más de nuestros orígenes.
Nada más coger la carretera G-60, en dirección a Fataga, el escenario comienza a cambiar. Dejo atrás el bullicio turístico y las grandes construcciones y me adentro en un paisaje de impresionantes barrancos y paisajes vírgenes que me acompañará buena parte del día.
A la izquierda el impresionante Barranco de Fataga y a la derecha el de El Cañizo. A 15 minutos de las dunas se encuentra Mundo Aborigen, un parque temático sobre la forma de vida y cultura de los primeros habitantes de la isla.
Aunque el objeto de mi viaje es descubrir esa Gran Canaria auténtica de pueblos y paisajes únicos, no me puedo resistir a conocer este proyecto. A lo largo de una loma, desde la que se disfruta de preciosas vistas panorámicas, se sitúan las diferentes construcciones de piedra que recrean un poblado aborigen.
El recorrido es autoguiado y en una hora puedes aprender, a tu ritmo, acerca de la forma de vida de los antiguos canarios, conociendo su organización social, visitando sus casas, compartiendo sus rituales funerarios, descubriendo en que basaban su alimentación, su agricultura y ganadería, visitando los lugares en los que impartían justicia y sus zonas de enterramiento… Y todo mientras disfrutas del silencio y te olvidas de que allí abajo, cerca de la costa, la vida pasa frenética.
Con las pulsaciones bajas y la curiosidad saciada, sigo mi ruta, rumbo a mi próxima parada: el Mirador Astronómico de la Degollada de las Yeguas.
El cañón de Fataga
Maspalomas y el mar quedan atrás, ya en la lejanía.
Me habían dicho que las vistas desde el Mirador Astronómico de la Degollada de las Yeguas recordaban al cañón del Colorado. Yo aún no he estado allí, pero la postal que tengo delante de mis ojos impresiona.
Frente a mí se despliega un enorme y árido barranco que se pierde hacia el interior de la isla salpicado de tabaibas, cardones y palmeras en su cauce. Las laderas, verdes en invierno, lucen secas tras el duro verano. En los riscos que lo rodean crece una rareza botánica que no se encuentra en ningún otro lugar, el drago grancanario.
Si la vista impresiona de día, de noche debe de hacerlo aún más, ya que este mirador es un lugar privilegiado para disfrutar del cielo nocturno y de las lluvias de estrellas. Estamos ya entrando en el territorio de la Reserva de la Biosfera de Gran Canaria y del Destino Turístico Starlight.
Sigo mi ruta. Junto al barranco, bajo el macizo de Amurga, serpentea la carretera que me llevará a mi próxima parada, Arteara.
Palmerales y necrópolis
Arteara es un pequeño caserío situado en el lecho del barranco de Fataga. Me desvío hacia la izquierda y lo atravieso hasta final por una estrecha carretera, rezando para que no aparezca un coche de frente. Estoy de suerte. Soy la única persona que ha tenido la idea de visitarlo esta mañana. Al llegar me encuentro con dos caminantes que inician su camino de vuelta.
El verdor del palmeral de Arteara sorprende tras tanta aridez que he encontrado en el camino. Un pequeño oasis verde en medio de este paisaje desértico que recuerda a paisajes africanos.
Junto a él se encuentra el centro de visitantes de la necrópolis de Arteara, que se encontraba cerrado temporalmente en el momento de mi visita.
Cojo el sendero que indica Necrópolis de Arteara y me adentro en una zona llena de rocas amarillas. Me encuentro en el mayor cementerio aborigen de la isla, con una extensión de dos kilómetros de largo por uno de ancho, rodeada de 809 estructuras tumulares, que albergan enterramientos individuales y colectivos.
Al principio cuesta distinguirlas ya que estoy en medio de un malpaís de roca fonolita, fruto de una gran avalancha natural del flanco oriental del Morro Garito.
Fijándome bien, empiezo a distinguir las estructuras que se repiten una y otra vez, con distintas formas. Entre ellas hay una que destaca, el Túmulo del rey, situada en una posición central. Esta tumba es especial, ya que se ilumina con los primeros rayos el día del equinoccio de otoño, y demuestra el amplio conocimiento sobre los astros que debían de tener los antiguos canarios.
Vuelvo hacia el coche sintiendo una conexión especial con esas personas que nos precedieron.
La cumbre aún luce lejana. Me parece que estoy a años luz de la civilización y tan solo me separan 25 minutos en coche desde la costa.
Decido que no hay vuelta atrás y sigo mi rumbo hacia el interior. Mi ruta en solitario continúa en busca de esos otros lugares que aún tengo que descubrir en esta bella desconocida llamada Gran Canaria. (continuará…)