Vitoria-Gasteiz, la ciudad tranquila y amable que recibe al viajero con el abrazo verde de sus parques, ríos y sendas. La de las fábricas y el sirimiri. De los pintxos o potes en terrazas o tabernas. De los murales, tiendas curiosas y el mercadillo de primeros de mes. La urbe robusta del norte lleva nombre de mujer y sus habitantes suelen ser discretos y poco pretenciosos. La capital del País Vasco, de pasado celtíbero y romano cuyos trazos permanecen en la almendra de la ciudad esperando ser descubiertos.
«Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos», escribió Fernando Pessoa. Y añado: Los viajes son lo que somos, así como las ciudades son sus propios habitantes. Y es posible una simbiosis si el viajero no solo experimenta los espacios sino que se acompaña de sus protagonistas —que son los que viven en un lugar— fieles guardianes de su historia, de su cotidianidad. De la vida que fluye por las cosas que permanecen. Son esos protagonistas que dejarán un recuerdo insoslayable en toda experiencia viajera. Que nutrirán de detalles e historias, regalos, en definitiva, para el que solo pasará por allí un instante.
Los libros son también pequeños guardianes, guías de los que podemos servirnos para visitar un lugar en el que no tengamos la suerte de conocer a alguna persona local. Es por eso que, en este caso, me embarco hacia Vitoria con la Trilogía de la Ciudad Blanca en mis manos. Thriller de novela negra escrito por Eva García Sáenz de Urturi en el que Vitoria no es solo escenario sino la gran protagonista. Quiero conocer de primera mano los lugares en los que transcurre el rompecabezas trepidante en el que los inspectores Unai López de Ayala —también conocido como Kraken— especialista en perfiles criminales, la experta en victimología Estíbaliz Ruiz de Gauna y Alba Díaz de Salvatierra, la subcomisaria, recorren la provincia de Álava tratando de descifrar una serie de crímenes perpetrados por una de las mentes psicópatas más astutas a nivel internacional. Una historia amasada con leyendas, rituales ancestrales celtíberos y arqueología que nos hará conocer junto a los personajes las edades del hombre en el norte de la península ibérica. Y cómo no, vivirlo disfrutando de una de las mejores gastronomías del mundo.
Vitoria-Gasteiz, protagonista de la Trilogía de la Ciudad Blanca
Vitoria, en la provincia de Álava y construida sobre la antigua aldea medieval de Gasteiz, es rica en historia y arqueología, gastronomía y naturaleza. Una ciudad en la que durante los últimos años su ciudadanía se ha esforzado en construir un ambiente amigable y saludable con el medio ambiente. El sitio idóneo para pasear mientras se aprende, saborea y se vive la historia.
El silencio de la Ciudad Blanca, Los ritos del agua y Los señores del tiempo son las tres novelas que componen la trilogía de la escritora vitoriana Eva García Sáenz de Urturi. Un homenaje a su ciudad natal y a sus vivencias— los tres libros son ricos en detalles de quien conoce bien el lugar en el que ha vivido, quien ha tocado sus piedras e imaginado las vidas pasadas de quien ha paseado por allí antes—.
Catedral de Santa María, un museo vivo de arqueología
Comienzo la mañana donde lo hace el primer libro, en la cripta de la Catedral de Santa María, conocida popularmente como la Catedral vieja. Una pareja de veinte años aparece asesinada por picaduras de abeja en la garganta en un desolador escenario que atestigua un escalofriante ritual ancestral. Cada uno con una mano sobre el rostro del otro. Eguzkilores o la flor del sol —la planta protectora del País Vasco— rodeándoles.
La Catedral vieja, de estilo gótico, está en el centro de Vitoria, en el casco antiguo. Fue construida entre los siglos XIII y XIV como iglesia-fortaleza. Hoy es un museo interesante debido a su peculiar situación actual: está siendo restaurada por lo que se puede contemplar en directo el trabajo de arqueólogos, arquitectos y restauradores. Conocer la historia de un edificio y de Vitoria en sus visitas guiadas —de las que, por cierto, también hace mención la autora en El silencio de la ciudad blanca—.
Plaza de la Virgen Blanca, la casa de Kraken.
«(…) Catedral vieja, continuó por la Casa del Cordón, subió hasta la Balconada de San Miguel, atravesó la calle Dato rodeando al Caminante y terminó a los pies de mi portal, el número 2 de la plaza de la Virgen Blanca».
Extracto de El silencio de la ciudad blanca, de Eva García Sáenz de Urturi.
Sobre las 11 de la mañana me siento en una terraza de la plaza de la Virgen Blanca a degustar un café crema. Centro neurálgico de la actividad social, del ambiente y la alegría en la calle y las fiestas de agosto. Desde la balconada de San Miguel, frente a las puertas de la iglesia de San Miguel Arcángel donde se venera a la Virgen Blanca, se ve la plaza luminosa, de terrazas al aire libre, ventanales blancos y la escultura en el centro que representa la Batalla de Vitoria.
El silencio de la ciudad blanca hace vivir al lector el pulso de las fiestas mayores de la capital alavesa, pues toda la novela transcurre durante esas jornadas. Días en los que la multitud de vitorianos y vitorianas salen a las calles a festejar la vida. Desde el campanario de la iglesia de San Miguel baja volando Celedón cada 4 de agosto —un muñeco con un paraguas suspendido por una cuerda—, y es aquí donde se concentra la gente durante el día de los Blusa o de la Neska y la enigmática procesión de los faroles.
Desde la balconada se divisa, al levantar la mirada hacia la derecha, la casa donde vive el protagonista de la trilogía, el inspector López de Ayala. Recuerdo la escena determinante que sucedió con la subcomisaria Alba en el tejado, durante la noche de la procesión de los faroles. Bajo la escalinata con paso decidido, voy a perderme por la almendra medieval de Vitoria.
El casco antiguo de Vitoria: Un viaje al medievo
Se llama almendra al casco antiguo de Vitoria por su trazado de forma ovalada. Hace dos siglos el arquitecto Olaguíbel realizó un trabajo brillante para salvar el desnivel de 22 metros que había desde el barrio medieval a la nueva Vitoria decimonónica, uniendo el casco con el Ensanche. Cada calle recuerda el nombre de los oficios de los artesanos de la época. La calle de la Herrería, Correría, Zapatería, Cuchillería…
«En Vitoria teníamos un recordatorio perenne de los oficios de nuestros tatarabuelos», decía Kraken. Y, así es, parece que en Vitoria la memoria permanente de su historia les hace ser personas más prudentes y sabias. En el casco antiguo destacan los palacios renacentistas de Escoriaza-Esquivel y el de Montehermoso, que hoy es un centro cultural. Callejeando llego a la Casa del Cordón, escenario donde en El silencio de la ciudad blanca se encuentra la segunda escena del crimen. A este edificio se le otorgó su nombre por el cordón franciscano que recorre su espectacular fachada. Ahora es el museo Bibat, que mezcla el museo de naipes y de arqueología. La bóveda medieval que guarda en su interior es impresionante gracias a que la estancia en la que se encuentra estuvo tapiada durante siglos, permaneciendo el techo de madera intacto casi desde su creación. Esta casa fue el hospedaje de los reyes Juana I de Castilla y Felipe ‘El Hermoso’ y donde Adriano VI recibió la noticia de su nombramiento como papa.
Nunca falta la gastronomía en el turismo literario
Es cerca de medio día y abro el libro para buscar las páginas que subrayé durante la lectura, sobre los bares a los que los protagonistas acuden tanto para interrogar a posibles sospechosos como para compartir momentos con la familia y amigos. No quiero perderme la tortilla de patata con una sidra en el Sagartoki, en la calle El Prado, 18.
«Estaba disfrutando del mejor pincho de tortilla de patatas del mundo, con el huevo a medio cuajar y las patatas cocidas aunque crujientes, cuando recibí la llamada que me cambió la vida».
El silencio de la ciudad blanca, Eva García Sáenz de Urturi.
En la misma calle pero en el número 2 está El Mentirón, el bar al que Unai suele ir a desayunar. Sirven cafés, vino y buenos pintxos. Llego poco después al Toloño en la Cuesta de San Francisco, 3. Una taberna nombrada a menudo en los dos primeros volúmenes de la trilogía. Pintxos con productos de temporada y una mezcla entre tradición y vanguardia con tan buen aspecto y aroma que no sé si me quedará espacio para la siguiente parada.
«A veces me dejaba caer por allí, comía y volvía a mi piso con el estómago templado y el plan culinario del día resuelto. Estíbaliz me esperaba sentada sobre una banqueta frente a la sinuosa barra de madera clara. —He pedido por ti —se adelantó. Irlandés de hongos, nido de vieiras con gulas y txangurro al horno. Con mostito. ¿Nos sentamos o de pie?».
El silencio de la ciudad blanca, Eva García Sáenz de Urturi.
En una ciudad con tan buena cocina no debe faltar una visita al mercado de abastos. Me dirijo a la calle Jesús Guridi, 1 donde se erige este santuario de la gastronomía vasca. Tiene ocho gastrobares además de las tiendas habituales de todo mercado con el mejor género. También forma parte de la ruta literaria ya que es donde vienen Txiki, Unai y Estíbaliz a comer tortillas.
Vitoria, una ciudad para descubrirla a pie
Continúo mi paseo urbano observando el museo al aire libre que es la ciudad. Parques, murales de colores de street-art. Llego hasta la parte alta de El Campillo para ver de cerca el mural que se basa en un cuadro de Georges de la Tour. «¿Sabes de qué trata este mural? (…) Trata de las trampas, Kraken». Vitoria está llena de pistas.
Imagino la ciudad al amanecer, cuando Unai y Alba se encuentran para hacer deporte juntos, hacerse confesiones y enamorarse poco a poco. Corren por la almendra, por las calles estrechas, sobre el suelo de granito y por el anillo verde de Vitoria. Un paseo donde recargar energías disfrutando de las casas palaciegas de 1900, los jardines y el canto de los pájaros. Una senda que une diez parques de la ciudad convirtiéndose en un recorrido circular de 30 kilómetros. Vitoria-Gasteiz ha sido reconocida en varias ocasiones por iniciativas como esta, convirtiéndose en la capital europea Green Capital o el premio Global Green City Award.
No me olvido de recorrer de arriba abajo la calle Dato, buscando los apartamentos de los gemelos Tasio e Ignacio Ruiz de Zárate. Personajes famosos de Vitoria en la novela, uno de ellos en la cárcel desde hace veinte años acusado de unos asesinatos similares a los de la actualidad. Me pregunto si los vitorianos habrán observado de forma diferente su ciudad después de leer los libros, en una especie de redescubrimiento. En esta calle está la heladería Breda donde me pido, en homenaje a Unai, un helado de mantecado.
Al atardecer, deambulo por el parque de La Florida entre sus árboles gigantes. Este lugar aparece en varios capítulos, cuando la autora describe a través de un flashback la vida en Vitoria en los años 70. Me siento en el banco junto al trompetista Wynton Marsalis para hacer un repaso a la historia del jazz. Se escucha cerca, en el reloj del ayuntamiento, la canción de la paloma. Subiré a la plaza del Matxete para decidir dónde tomaré los últimos pintxos y finalizaré la jornada de vuelta a la plaza de la Virgen Blanca para poder verla iluminada de noche desde la balconada.
Villaverde y San Vicentejo
Al día siguiente, salgo de Vitoria camino a las montañas, dirigiéndome a la Sierra de Cantabria o de Toloño, al sur. A lo largo del camino se encuentra imponente la roca de 1329 metros de altitud, el Bonete de San Tirso. Ya estoy cerca del pequeño pueblo de Villaverde. Famoso hoy por ser el lugar donde Kraken pasó su infancia junto a su hermano Germán y el abuelo. Suele volver a buscar la paz en el campo y los siempre sabios consejos de su abuelo nonagenario. «Debes ser el animal más listo del bosque».
No muy lejos de Villaverde está el pueblo abandonado de Ochate, idóneo para pasear en silencio y tomar fotos de su torre solitaria. Y no debemos olvidar la preciosa ermita románica en San Vicentejo, clave en las novelas por un detalle misterioso en el ábside: el relieve de una pareja tumbada colocando una mano en la mejilla del otro.
Laguardia
Hacia el sur, atravesando La Rioja alavesa, se llega a Laguardia, el pueblo de Alba Díaz de Salvatierra. Una isla en medio de viñedos. Una villa antigua de casonas, palacetes y castillo cuyo subsuelo guarda cientos de bodegas que pueden ser visitadas. En Laguardia se organizan rutas turísticas de enoturismo que incluyen catas de vino.
El estanque celtibérico de la Barbacana se encuentra cerca de aquí. Un escenario importante en la segunda novela. Se construyó hace 2100 años para albergar hasta 300.000 litros de agua y se ha comprobado que también fue utilizado para hacer rituales de ofrenda a las deidades celtíberas. Un tema que será el hilo conductor de Los ritos del agua.
Túnel de San Adrián
«¿Sabes? –me dijo mi compañera– mi hermano Eneko me contaba las historias de este lugar siempre que subíamos con la cuadrilla. Hay cientos de ellos. Por aquí han pasado peregrinos del Camino de Santiago, caballerías, carruajes, mujeres nobles, y mercaderes durante milenios».
Conversación entre Estíbaliz y Unai, al principio del segundo libro, Los ritos del agua.
Este túnel de 70 metros de largo se encuentra en el Parque Natural de Aizkorri-Aratz. La ermita en su interior tiene un halo mágico y misterioso, como casi todos los lugares donde se mezclan historia y naturaleza en el norte. Hasta aquí llega una calzada medieval. En Araotz, Oñati, hay otra ermita excavada en la roca: la cueva de Sandaili, que es el lugar donde se celebraban los ritos del agua.
San Juan de Gaztelugatxe
«(…) partieron rumbo a San Juan de Gaztelugatxe, la mítica ermita en plena costa vizcaína enclavada en un pequeño islote de entorno idílico».
Fragmento de Los ritos del agua de Eva García Sáenz de Urturi.
Conocido también mundialmente como Rocadragón, el lugar donde nació Daenerys Targaryen en la serie Juego de Tronos, esta ermita, situada entre los pueblos costeros de Bermeo y Bakio, está ubicada en un islote separado de la costa por 241 escalones. Las vistas desde aquí hacia el mar Cantábrico, el aire marino y la costa escarpada lo convierten en uno de los lugares más espectaculares de España. Como los personajes de Los ritos del agua es preciso tocar la campana de la ermita tres veces, para atraer la buena suerte y ahuyentar los malos espíritus.
Cerca está Deba, un pueblo cuyo nombre se convierte en algo importante en las novelas y es el lugar donde los protagonistas conocen la leyenda de las tres olas.
Los viajes son los viajeros
La literatura invita a los lectores a crear sus propios lugares. La posibilidad de visitarlos es añadir nuevos sentimientos a nuestro plano imaginario y tallarlo de recuerdos que perduren. Los viajes son lo que somos, y el propio es especial porque es solo nuestro, con nuestras emociones y mirada. Hagamos de cada día un viaje, como lo es cada libro que leemos o cada sitio que descubrimos.
Se realizan visitas guiadas siguiendo los escenarios de la Trilogía de La ciudad blanca.
Gracias especiales a Carmen y a sus amigos por compartir conmigo el gran amor por su tierra.
Alba Cantón es periodista y trotamundos. Su pasión por los libros le ha llevado a fundar la editorial de literatura de viajes ‘Itineraria‘, donde invita a viajar a través de la lectura y la imaginación.