Gijón es mi debilidad, lo reconozco. Oviedo (con su catedral, sus callejuelas) y Avilés (con su espectacular casco urbano) me encantan, me seducen… pero no hay caso, Gijón tiene ese algo que la hace estar un paso por delante en mis preferencias.
Como soy consciente de que el término algo es bastante ambiguo, voy a tratar de mostrar aquellos rasgos que hacen de esta ciudad costera de Asturias un sitio tan especial. Lo vamos a hacer a ritmo de flâneur, de ese paseante urbano que «está como en su casa entre fachadas», como escribió Walter Benjamin en sus Iluminaciones.
Un paseo por Gijón
Caminar por Gijón es como bailar un vals con el Cantábrico. El causante de este ritmo es un espacio que es, a la vez, escape y epicentro de la ciudad: la playa de San Lorenzo.
La playa de San Lorenzo no ocupa el centro geográfico de Gijón (este podría ser, quizá, el barrio de Cimavilla, del que hablaré después, o el teatro de Jovellanos, junto al luminoso Paseo de Begoña) pero, es sin duda, la flauta de Hamelin que embruja a todos por igual, tanto locales como visitantes.
Con forma de media luna y un arenal que, en marea baja, se llena de paseantes y surferos, la playa de San Lorenzo es el eje de movimiento de todo el que quiera hacer una exploración urbana de Gijón. Si tomamos como origen de coordenadas La Escalerona, la más famosa de todas las escaleras que dan acceso a la playa y uno de los símbolos de la ciudad, podremos tomar varias direcciones: hacia el este, el paseo marítimo y la desembocadura del río Piles; hacia el sur, el entramado del Gijón más modernista; y hacia el oeste, el pasado más vetusto de la ciudad, el barrio de Cimavilla, nuestra siguiente parada.
La pequeña península donde se ubica Cimavilla es la semilla de Gijón. Aquí es donde estuvo Gegionem, el asentamiento romano que tuvo lugar en esta zona en el I d.C. Los restos visibles de este pasado los encontramos en dos localizaciones: las Termas Romanas de Campo Valdés y los pequeños restos de muralla que aún permanecen en pie junto a la Torre del Reloj. Tras su ocupación romana, el espacio se fue transformando con el paso de los siglos: primero en residencia de marineros, pescaderas y cigarreras y, después, a día de hoy, en uno de los epicentros turísticos y punto con más ambiente para salir de bares en la ciudad (de esto hablaré luego).
Si nos centramos en la arquitectura del barrio, encontramos lugares de gran interés como la Plaza Mayor y el edificio de la Antigua Pescadería; la iglesia de San Pedro, construida a mediados del siglo XX en estilo seudoprerrománico; la casa museo de Jovellanos; el deslumbrante palacio de Revillagigiedo o el conjunto urbano que se observa a lo largo de la calle Atocha y la plaza de la Soledad, donde se ubica la denominada Casa del Chino. Esta Casa es una de las grandes historias populares de Cimavilla: se trata de la antigua propiedad de un inmigrante chino que se hizo famoso por poner un taller de farolillos de papel y un bar donde servía leche de pantera (leche con ginebra y sake).
En lo alto de Cimavilla destaca un gran espacio verde, el cerro de Santa Catalina, donde se encuentra la batería de Santa Catalina, un antiguo complejo militar artillero del siglo XVII. Al borde del cerro, gritando al mar con su enorme boca de cemento, se encuentra el que es, quizá, el mayor símbolo de la ciudad: el Elogio del Horizonte, la inmensa escultura de Eduardo Chillida, una ventana, un eco; un canto dedicado al mar, al infinito y al viento.
Si salimos del barrio por el pliegue contrario al que entramos a esta pequeña península, encontramos el Náutico, el puerto deportivo de la ciudad, donde se localizan tres puntos Instagram: el Árbol de la Sidra, una enorme escultura creada con botellas vacías; la Escalera del Rock, una escalera decorada al modo “Valparaíso”, y las famosas Letronas, las letras que forman el nombre de Gijón.
El paseo continúa y toca internarse en el laberinto urbano de Gijón, donde centellean distintos estilos arquitectónicos entre los que predomina el elegante corte modernista. Así encontramos fachadas que son auténticas virguerías estilísticas construidas a comienzos del siglo XX con el noble fin de convertir Gijón en una de las villas más bonitas del Principado. Parece que el objetivo se consiguió y con creces.
Comer en Gijón
Caminar cansa, y más aún cuando se realiza con la atención constante que requieren ciudades como Gijón, así que es necesario recargar energías. Y en eso, Gijón (Asturias en general) va más que sobrada. Si se busca una sidrería, ahí destacan clásicos como el Requexu, Terra Astur (que se puede encontrar en otras localidades asturianas) o la pequeña y casera sidrería Canteli, donde el pastel de cabracho, las croquetas, las fabes o los quesos (Asturias cuenta con ¡42 variedades!) son los reyes de la fiesta.
Si se opta por una cocina más de vanguardia, para un momento especial, romántico o, simplemente, para darse un homenaje, Gijón cuenta también con restaurantes de gran nivel. Ahí destacan sus tres Estrellas Michelín, los restaurantes Auga, La Salgar y Casa Gerardo. Sin ser Estrella Michelín pero con un nivel de cocina que los haría merecedores de entrar en la famosa guía culinaria, se encuentran el Zascandil y el Ciudadela (con su espectacular interior en forma de cueva). Si se quiere probar algo totalmente distinto, uno de mis preferidos es el Okaeri. Bajo la etiqueta de local tea-food, el Okaeri es un espacio donde se puede experimentar la ceremonia del té (realizada y explicada de forma exquisita por Cruz Navarro) y el maridaje de esta bebida con comida vegetariana.
Tras este desfile de opciones culinarias es más que posible que se haya aniquilado cualquier signo de apetito. No obstante, si aún queda espacio, Gijón guarda una última sorpresa para los más golosos: sus pastelerías. Yo, ser lameruzo donde los haya, lo ignoraba totalmente cuando fui por primera vez, pero Gijón tiene una gran tradición de producción pastelera. Sacando provecho de este potencial, la Oficina de Turismo de Gijón sacó un programa llamado Gijón Goloso, un bono con el que se pueden probar hasta 16 especialidades de 16 establecimientos de Gijón entre confiterías y heladerías (aquí me permito una recomendación: la histórica heladería Islandia, famosa por sus helados de sabores peculiares, como queso cabrales o sidra).
El paseo termina y, tras este deambular de más de mil palabras, solo puedo reafirmarme en lo que dije al principio: Gijón es mi debilidad y, muy pronto, también será la vuestra.
Dani Keral es un fisioterapeuta reconvertido a blogger, fotovideógrafo y escritor trashumante en 2015. Creador del proyecto de arte, viajes y creatividad unviajecreativo.com y colaborador en diversos medios como Condé Nast Traveler, Yorokobu y Revista Salvaje. Culo inquieto.