Una escapada desconfinada, ¡que no descafeinada!
Julio llegó. Cuatro amigos decidimos inaugurar nuestras vacaciones con una escapada a La Palma. Nuestros propósitos eran simples: disfrutar de la libertad ensalitrada, respirar el aire fresco del profundo verde palmero, descubrir los caprichos de la infancia de uno de nosotros y, sobre todo, reírnos en nuestro primer viaje desconfinado.
Después de cuadrar las agendas, emprendimos el breve viaje desde Tenerife a La Palma. El destino lo teníamos claro desde el principio. Nuestra amiga María quería compartir con nosotros los sabores secretos de los veranos de su infancia cuando visitaba a sus abuelos palmeros. Era un plan fácil, con alguien que conocía bien la isla, sin tener que pensar, ni decidir mucho. Además, los cuatro habíamos visitado La Palma en ocasiones anteriores y por tanto podíamos dedicar tiempo a lugares o actividades no tan turísticas.
Día 1: Llegada, baño y camarones
Nos alojamos justo en la bajada a Puerto Naos, en los apartamentos La Muralla, que cuentan con tres encantos insuperables. El primero, el cálido trato de Elisa quien está a cargo de estos apartamentos familiares. El segundo, esa piscina asomada a las plataneras y el tercero, pero no último, las amplias terrazas de cada apartamento orientadas al atardecer sobre el mar donde conversar largo y tendido o jugar una partida al Trivial Pursuit.
Tras instalarnos, bajamos al Charco Verde, a 10 minutos en coche, para un baño reparador y donde pude cumplir con uno de mis rituales veraniegos favoritos: tomar ensalitrada una cervecita acompañada de camarones. El único chiringuito que hay que en la playa del Charco Verde tiene todo aquello que hace ideal un simple día de verano: cerveza, camarones, sardinas a la plancha y sombra.
Tras el frugal banquete, volvimos al mar. No falla, los camarones en la isla de La Palma son los más exquisitos para mí.
Día 2: El frescor del sendero Marcos y Cordero
Nos gusta caminar y en la Isla Bonita es sencillo, de hecho la web oficial del Cabildo Senderos de La Palma te lo pone aún más fácil. Increíble, pero cierto ninguno de los cuatro había recorrido el sendero de Marcos y Cordero, que junto con el Cubo de La Galga y acampar dentro de la Caldera de Taburiente son las actividades de naturaleza más memorables de la isla. Así, que tras valorar si hacíamos el sendero completo (24 km con 6 horas de subida al principio), nos decantamos por una segunda opción más factible para nuestros recién desconfinados cuerpos: subir en taxi y bajar andando. A las 9 de la mañana estuvimos en el centro de visitantes de Los Tilos para tomar el taxi 4×4 que te lleva durante más de una hora cuesta arriba hasta la Casa del Monte.
Nosotros improvisamos y tuvimos suerte porque no reservamos el taxi, pero hicimos tiempo visitando la cascada de Los Tilos y mientras llegaron otras dos parejas que nos permitió completar un taxi de 8 personas. Para no tentar a la fortuna, es recomendable reservar el taxi. El trayecto de subida, es ya en sí toda una experiencia.Una vez en la casa del Monte, donde te deja el taxi caminas durante 4 kilómetros junto al agua, pasas por 13 túneles cavados por el hombre para las galerías, en el túnel 12 te mojas y debes ponerte el chubasquero o la socorrida bolsa de basura, y por supuesto en casi todos necesitas la linterna. Es un trayecto llano, inusual, sereno al escuchar siempre cómo el agua corre. Eso sí, siempre se debe estar atento porque el precipicio está latente. Luego son 8 kilómetros de bajada donde los pájaros y los largartos se acercan y contemplas el bosque de pinar en la cima y luego la más profunda laurisilva con esos gigantes helechos. En definitiva, una excursión redonda sin gran dificultad técnica y donde abunda ese aire fresco que tanto añorábamos.
A la vuelta, decidimos almorzar tarde o cenar temprano –se nota que uno de nosotros es inglés-en uno de los restaurantes más clásicos, el Chipi-chipi. Nuestros deseos se hicieron realidad y conseguimos la mesa en el patio con la sombra de los árboles. El menú no defraudó, el queso palmero asado, el pollo asado, las costillas y el bistec de cerdo que tanto saboreó María en sus visitas familiares a la isla son más que recomendables.
No somos religiosos, pero muy cerca está el Real Santuario de la Virgen de las Nieves, este año tocaba la famosa Bajada de la Virgen. La iglesia tiene un espectacular artesonado de madera y nos tomamos un polo en la plaza con ese suelo de callaos y las flores violetas de las jacarandas dando una desordenada nota de color.
Día 3: La playa nueva, Mazo y caprichos gastronómicos
Tras el golpetazo de verde del día anterior, decidimos viajar hacia la negra lava. En Fuencaliente nos paramos en el Bar Parada a tomarnos esos dulces almendrados y pedirlos del día para que estén bien blanditos. Hay lugares anclados en el tiempo, y este bar es así. Con su barra de madera, las sillas de un rojo fuego, el mostrador de lo que tuvo que ser una venta. Me encantan esos lugares anacrónicos y vivos a la vez.
Y de un lugar antiguo, bajamos a la playa nueva o playa de Echentiveque, que surgió tras la erupción del volcán Teneguía en 1971. Es una pequeña bahía natural, salvaje, casi sin intervención del hombre. Un paraíso y además te invade esa extraña sensación de que hace 50 años esa playa no existía. Estás en un lugar recién estrenado, nuevo.
Tras el baño, ya habíamos decidido que volveríamos a merendar-cenar, esta vez pescado en otro clásico por antonomasia, Casa Goyo, muy cerca del aeropuerto.
De camino al restaurante nos paramos en la villa de Mazo. Nos sorprendieron sus calles empinadas y adoquinadas, otro viaje al pasado. Ahí compramos el queso TAJOGAITE de Las Manchas, El Paso, un queso tierno semigraso y ahumado que es una delicia, los famosos chorizos palmeros, con su cordel azul o verde, y pastelones de una pastelería muy cercana que cuece en horno de leña, de hecho visitamos al pastelero.
Nos quedó pendiente para la próxima vez la visita al Museo Arqueológico de Belmaco, pero el hambre apremiaba. En Casa Goyo los calamares estaban exquisitos y el pescado a la espalda era fresco. Es otro lugar singular, con mesas en casetas de madera y por supuesto rincones en la terraza con vistas al mar.
Día 4: La recogida y la lista de deseos
Y lo bueno, si breve dos veces bueno. Nos quedamos toda la mañana en los apartamentos disfrutando en la piscina, recogiendo y enumerando todo aquello que nos quedaba por hacer la próxima vez que volvamos, porque volveremos a esta verde isla de ritmo pausado.
En la lista de deseos nos queda atender más a las propuestas culturales, como el Centro de interpretación de cavidades volcánicas, en Todoque, e indagar los senderos y playas de la zona norte de la isla, que esta vez no pudimos pasear por ahí, por ejemplo el Porís de Candelaria en Tijarafe o el Parque cultural de La Zarza .
En definitiva, este primer viaje desconfinado nos confirmó que viajar con amigos ya es un auténtico regalo y más a un lugar genuino, repleto de naturaleza y serenidad como La Palma.
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